Cada mañana me levanto pronto, me arreglo, me pongo la mascarilla, gafas, guantes y con miedo salgo de casa. Con cuidado entro al ascensor, toco los botones con el llavero (que luego esterilizo) y con cuidado salgo a hurtadillas por el garage, en el que no hay nadie.
Las calles están bastante vacías, pero en los semáforos me voy encontrando con otros, que como yo, llevan una mascarilla y miran hacia adelante, hacia un punto en el infinito. Me imagino lo que piensan, estamos todos en lo mismo, cuánto va a durar esta movida, cómo haremos dentro de unos meses. En nuestras mentes tenemos la misma espiral del miedo a una situación desconocida y a lo que escuchas en los medios.
Pero al cabo de un rato empiezas a pensar en las tareas de cada día y en cómo podemos ayudar a quién sea, porque estamos para eso, para poner nuestras habilidades al servicio de quien las necesite.
Hace un tiempo que no me sentía tan útil como en estos tiempos de crisis y me da un placer maravilloso ver como el resto de la gente está en la misma sintonía: en qué puedo ayudar.
Desde aquí quiero dar un abrazo a todos esos héroes sociales que cada mañana salen de casa con ganas de ayudar, sin saber muy bien cómo lo van a poder hacer y sin tener claro ni el horizonte ni qué es lo correcto.
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